Geografía de la zona de confort

Por muy de alternativo y antisistema que vaya uno por la vida hay ciertas inercias de las que resulta difícil abstraerse en estas fechas. Y no, no me refiero a felicitar las navidades en grupos de Whatsapp a diestro y siniestro, ni a elogiar el discurso de Navidad de Felipe el Preparado, sino a hacer un balance del año que baja el telón. En estas estoy cuando, le echo un vistazo al blog y me doy cuenta que la última actividad reseñada es de hace justo un año. Que cosas!! Yo intentando hacer balance del año y me encuentro tal periodo en blanco en el blog.

No es que no haya habido actividades montañeras que contar durante este periodo. Tampoco han sido muchas para ser sincero. Unos cuantos días de esquí comodón en Austria, alguna paliza de travesía bastante interesante en Semana Santa, alguna visita escaladora a lugares comunes de la terreta, antes de que los pies de gato me amenazaran con el divorcio, un par de visitas a Pirineos para colaborar con los coleccionistas de tresmiles … y poco más. Vaya … así leído tampoco está tan mal.

El asunto es que ha sido un año distinto. Siguiendo otro de esos conceptos que se ha puesto tan de moda últimamente, diré que mi zona de confort ha ido mutando desde las laderas blancas de Pirineos, hasta las más escondidas plazas de Valencia, pasando por las intrincadas callejuelas de Bangalore o Fez o las fincas cafeteras de Salento.

Ha sido un año en el que, por negocios y placer, me he movido más por la dimensión horizontal que por la vertical de nuestra geografía. Socialmente (o materialmente, como se quiera mirar), por suerte, me he mantenido en las mismas coordenadas tanto verticales como horizontales. Cosa que cada día parece ser más una excepción y de la cual sigo pensando que todavía no soy lo suficientemente consciente del privilegio que supone.

Más cuando por motivos laborales te toca pasar dos semanas en una ciudad del sur de la India, donde puedes ver como se agolpan alrededor de doce millones personas, setenta y cinco mil toneladas de basura, vacas, ratas, perros y un caos de motos y coches en sus calles. Calles, cuyos charcos después de una breve lluvia son aprovechadas por madres para bañar a sus hijos de poco más de un año ante la indiferencia del resto de habitantes. Una realidad extremadamente asfixiante para un alicantino, español y europeo (me estoy haciendo de Ciudadanos) pero que no es más que el día a día para mil trescientos millones de personas.

Del infierno urbano de la Sillicon Valley de India a la tranquilidad de la tierra del olvido colombiana. Una tierra donde, pese a la violencia que todavía existe en zonas del país, el principal bullicio que se oye es el de la salsa, la bachata o el ballenato que se escucha por la ventana de una casita cualquiera a lo largo y ancho de la geografía de un país que resulta ser un regalo para los sentidos de cualquier amante de la naturaleza y de la gente humilde y sencilla. Atrás quedaron los tiempos de la guerra en las calles entre los cárteles y el gobierno. Que os voy a contar, guerras financiadas por intereses extranjeros por tierras de cultivos, fugas de capitales, recursos naturales … Viajar por Colombia a la vez que lees una novela de García Márquez te hace darte cuenta de dos cosas, lo importante que es conocer un sitio y sus gentes antes de juzgarlos y lo marcados que están a fuego ciertas costumbres, tradiciones o comportamientos en los habitantes de un territorio. ¿Cosas de la geografía de nuevo?

Y por acabar con la ruta por el sur (económico) del mundo una visita por Marruecos. De nuevo tierra de contrastes, tan cercana a España, tan parecida geográficamente (al menos el Rif) pero a la vez tan distinta culturalmente. Regateos por aquí y por allá, recorridos laberínticos por la medina y compras en talleres de costura que me transportaron a una infancia de olores a piel, cemen, y ruidos de maquinas de coser.

Sin embargo, pienso que durante este año no solo he conocido estos otros lugares tan alejados, sino que también la ciudad donde llevo viviendo media vida. No se si será por el cambio político que ha habido, pero la ciudad me parece otra cosa. Un lugar más amigable donde vivir y con más actividades para todos. ¿Será que al final cada uno genera la realidad que quiere ver?

En fin, un año de idas y venidas, tanto de lugares como de personas. Amigos que se han ido, otros que han vuelto. Gente nueva, gente ya conocida a la que conoces todavía mejor y gente a la creías conocer pero que todavía te sorprende.

No sé, al fin y al cabo un año cualquiera más. ¿O no?